sábado, junio 30, 2007

La Ira

Ese rostro iracundo, silencio, que demuestra en cada gesto la opresión de los sentimientos. Esa asfixia que provoca la incertidumbre. No era cualquier día, era un día después y sabemos ambos que significa eso. Una puerta se cerraba para abrirse otra. El dolor, la conciencia de saber que alguien que yace en tus brazos, sin aire, muerto de dolor genera esa expresión. La dualidad, la culpa de tener al final una puerta abierta con una luz de fondo, a la que le teme. Siempre se teme a lo hermoso que está por venir porque aquello que hoy se recuestra putrefacto en tus brazos es el cadaver de lo que una vez fue hermoso. Una vez fui hermosa. Hoy me llevo a la eternidad ese gesto. Con el morire.

martes, junio 12, 2007

Papel higiénico

Allá por los 6 años de edad uno conserva esa fascinación por las pequeñas cosas que lo asombran diariamente y cuando después de muchos años un recuerdo lo retrotrae a alguno de esos momentos la cosa se vuelve fascinante. Hubo alguna vez, en mí, una pequeña de pelo lacio y con flequillo que viajó junto a su familia hacia un nuevo mundo: Estados Unidos. Guau, mi cara, mi asombro. Ese lugar parecia de ensueño. California puede maravillar a casi cualquiera, creanme. Casi todo es como en las películas o al menos eso parece en la superficie. Los años ahora me indican que no pero en ese momento... Recuerdo mi primera visita a un baño. Sí, a un baño. Tenía 6, estaba en una hermosa casa ubicada en Granada Hills, muy cerca de Beverly Hills. La casa era de ensueño. Recuerdo haber tenido ganas de hacer pis y sin pedir permiso y a las corridas (era mi primer día en L.A.) me metí de golpe en el baño, sola. Mi mamá desde afuera me ofreció entrar conmigo por si necesitaba algo. Autosuficiente, como todos a esa edad, le dije NOOOOOOOOOOOOOOOOO. Hice pis (jiji) y me quedé sentada en el inodoro (ad)mirando el entorno, el baño era hermoso, todo parecía perfecto. El lugar tenía una luz natural increíble, había adornos y hasta el videt era lindo, los accesorios eran de aluminio y había junto a mí una pared con ladrillos de vidrio. Cuando me dí cuenta que debía salir, probablemente mi mamá me haya preguntado si necesitaba algo, miré a mi alrededor y en pocos segundo encontré el papel higiénico. Parecía de tela, estaba asombrada por tanta suavidad. La rutina ya era conocida: tiras, hacés un rollito y cortas. Ete aquí el problema, el papel era troquelado... Tire y sin hacer esfuerzo el papel se corto. 20x20 de papel de pura calidad y suavidad pero no alcanzaba ¡HorroR! Lo intento una segunda vez, lo mismo. Así sucesivas veces hasta que mi mamá asoma su cabeza por la puerta y me pregunta "¿Necesitás algo?". Entonces el pedido de ayuda "SSSIIII, mamá acá el papel viene en pedazos muy chiquitos".

viernes, junio 08, 2007

Adios

¿Es posible que la gente buena pueda no tener suerte? No sería un justo que el universo se equilibrara para que una persona que vive bajo normas específicas en las que no busca lastimar a nadie y no lo hace pueda ser merecedora de algo mucho mejor que dolor y tristeza. Todas estas preguntas remiten al momento en que, sin previo aviso y de la manera más cruel aquel al que amé me dejó. En sólo dos días decidió que yo no era más su amor y durante un año permaneció en contacto conmigo para después repetir la historia: en dos días dejó de dirigirme la palabra de manera irracional. Nunca tuve (nunca me la diste) la oportunidad de recuperar mi pareja, la convivencia se terminó y se encargó de asesinar cualquier oportunidad. Llegó a decirme que "no valía la pena". Toda esa cadena de actos injustificados y crueles me hicieron recordar un pasaje de El fantasma de Canterville:

Por fin llegaron a una gran puerta de roble erizada de recios clavos. Virginia la tocó, y
entonces la puerta giró sobre sus goznes enormes y se hallaron en una habitación estrecha y baja, con el techo abovedado, y que tenía una pequeña ventana. Junto a una gran argolla de hierro empotrada en el muro, con la cual estaba encadenado, se veía un largo esqueleto, extendido cuan largo era sobre las losas. Parecía estirar sus dedos descarnados, como intentando llegar a un plato y a un cántaro, de forma antigua, colocados de tal forma que no pudiese alcanzarlos. El cántaro había estado lleno de agua, indudablemente, pues tenía su interior tapizado de moho verde. Sobre el plato no quedaba más que un montón de polvo. Virginia se arrodilló junto al esqueleto, y, uniendo sus manos, se puso a rezar en silencio, mientras la familia contemplaba con asombro la horrible tragedia cuyo secreto acababa de ser revelado.

Nunca, jamás podrás entender cuanto dolor me causaste. Algún día quizás seas feliz. Yo no.